jueves, 5 de julio de 2012

Los talleres literarios: ¿Un portal al conocimiento esencial?



En esta sociedad la validez de las cosas se pesa en oro, dejamos de lado la importancia de la creación cultural, tomándola como un resultado del ocio o de la adversidad, cuando en realidad es en el arte es donde se sopesan todas las necesidades y carencias del individuo.
Lo que la vida no satisface, lo que la vida no alcanza a concretar, se logra a través del arte.
El ímpetu literario de una generación es inversamente proporcional a la dominación de su voluntad individual.
Un taller literario es un encauce de las personas que no han tenido un acercamiento directo satisfactorio con la literatura y es considerada en muchas ocasiones, la última instancia del mismo.
Una defensa ante los talleres de literatura es que aportan al estudiante solamente lo que él necesita, con un bagaje que irá creciendo conforme su necesidad de abrir campos lingüísticos e imaginativos.
A diferencia de quienes estudiamos de cerca –y me gustaría poder decir que de principio a fin- la literatura, nos formamos más como investigadores, docentes, ponentes pero difícilmente como escritores. Si bien, el estilo se determina por las lecturas o por lo poco que se ha perfilado al escribir los ensayos o artículos que se desarrollan a lo largo de la carrera, es el estilo y la agudeza narrativa lo que se explora en menor escala.
La mayoría de quienes entramos a la Licenciatura en Letras Españolas, entramos creyendo que aprenderíamos a escribir la ‘nueva novela del siglo’. Sin embargo, la primera reacción de los docentes casi siempre es: no vienen aquí a ser escritores, el escritor se forma en la lectura, en el constante estira y afloja de escribir y corregir, el famoso ‘escribir más con el dorso del lápiz’. Sin embargo, quienes nacemos con la vena literaria, habremos de distraernos más en escribir de madrugada y entregar los trabajos a última hora, a favor sea de escribir al menos tres palabras honestas –y bien hechas-.
 En mi experiencia con talleres literarios, he aprendido más del proceso creativo aquí que en la universidad, porque si bien tenemos en los libros a un Roland Barthes o un Umberto Eco, tengo novelistas desarrollando su escritura con borrones y correcciones, que me hacen aprender más de lo que tengan que corregir que cualquier libro impreso. Una analogía algo apresurada podría ser el Kamasutra y las posiciones sexuales. Se aprende más haciéndolo que viéndolo, sin temor a equivocarme.
La universidad me ha enseñado, entre muchas otras cosas, la puntualidad y la perfección. Que sin ellas no sales de las aulas. Y eso es todo, creo. En los talleres he encontrado el brillo literario, el talento que yace como ranas bajo el barro, esperando sólo un poco de lluvia para surgir, llenas de vida a brincar por el mundo.
Lo que espero es que dentro de esta precaria sociedad chihuahuense pueda verse no sólo su esfuerzo que sesión con sesión ha construido una sólida novela impecable por persona, sino que reconozcan en ellas un retrato de sí mismos, porque el sol sale para todos, y aquí es donde brilla más que nunca.